lunes, 24 de noviembre de 2014

Descontrol.

 
Estaba perdido. Perdido en un mundo inventado, en callejones sin salidas y atascos que le llevaban siempre al mismo punto de partida. Correr dejó de ser una opción, ¿para qué? Por más que corriese acabaría en la misma situación. Gritar también se convirtió en un acto en vano; nadie podía oírle, ni ayudarle. Tampoco aceptaba ayuda. Necesitaba salir de ahí por sí mismo, ¿qué menos? Arrastrar a otras personas, que por lo general eran personas que apreciaba, a su terrorífica y delicada perdición no era lo suyo.
Al borde de la locura. Él sabía que no era como los demás, pero realmente nunca le importó. Estar cuerdo es subjetivo, cada uno lo está a su manera. Cualquier persona puede controlar su mente, o por el contrario, dejar que su mente le controle. Él estaba íntegra y absolutamente dominado por su mente. Lo cual es un problema para una persona que, por lo general, está jodidamente loca.



 
Algo iba mal, él lo sabía. Necesitaba acabar con ello. Escapar, huir. Pero ahora lanzo una pregunta...                                                             ¿realmente quería?

sábado, 8 de noviembre de 2014

Desconfianza.


 
Todos la hemos sentido alguna vez. Ya sea hacia otras personas o hacia nosotros mismos. Yo vivo constantemente en esa segunda opción. Me he fallado tantísimas veces, he vuelto a hacer tantas cosas que "nunca volvería a hacer" y he tropezado otras tantísimas veces con la misma piedra que solo me queda eso. Desconfianza.
 
Tiendo a martirizarme. Esos malditos pensamientos en mi
cabeza que me gritan, me absorben y me pisotean una y otra vez. Sin piedad. Impidiéndome ver nada más después de ellos.
Y tal vez siempre sea así. Tal vez nunca haya un final.

Tal vez nunca consiga escapar de mí mismo,

de matar a los demonios que habitan en mi cabeza. 

Adiós.


 
 
    "Adiós.
    No hay nada más triste.
    Porque hasta nunca es
    hasta nunca,   
    pero adiós,
    ¿hasta qué?"