martes, 8 de marzo de 2016

¡Huye!



Era una reina con corona imaginaria. Deslumbraba allá donde fuese. Cabeza alta y su autoestima también. Su vida seguía una línea recta: amigos perfectos, pretendientes insuficientes -y cuántos...-, la líder de su clase y la envidia del pub. El consuelo de muchos y la perdición de otros. El hechizo de su sonrisa, que curaba penas y corazones rotos. Todos la adoraban, y todas. Era de esas personas que se quedan grabadas desde el primer momento en el que miran a los ojos, de las que tienen la capacidad de calar. Era magia. No caminaba; daba pasos de gigante con sus botas y su chaqueta vaquera. Confiaba en un par de personas, pero sobre todo en ella, y estoy seguro de que esa era su mayor característica. Pisaba fuerte. Tanto que dejaba huella. Parecía inaccesible, un huracán. Incapaz de pertenecer a nadie más que a ella misma,
Entonces ella le conoció y su sonrisa ya no brillaba, las ojeras no daban lugar a la luz de sus ojos y, con cada paso que daba, se clavaba aún más los pedazos en los que había quedado su corazón.

Cuidado, reina. ¡Huye! Que te caes de tu trono.