domingo, 7 de junio de 2015

Tic-tac, tic-tac.

Así fue cómo la oscuridad de aquella habitación desordenada sin ventanas se enamoró del débil rayo de Sol que procedía de una pequeña grieta de una de las esquinas del techo.
Cuando se conocieron, la oscuridad pudo ver por primera vez cómo era aquella habitación. Era un desastre... pero la presencia del rayo de Sol la hacía algo más acogedora. Poco a poco, a lo largo de ese domingo, la oscuridad y el rayo de Sol se dieron cuenta de que, aún siendo tan diferentes, tenían incontables cosas en común.
La oscuridad conoció la compañía, la felicidad, la risa, la seguridad y la compresión.
El rayo de Sol conoció la calma y el infinito agradecimiento de la oscuridad. Nada le hacía más feliz que iluminar las partes más opacas de su nuevo y único apego.
Ese día intercambiaron muchas cosas, pero el reloj de pared que estaba esparcido por el sucio suelo de aquella habitación parecía correr cada vez más rápido. Tic-tac, tic-tac.
El rayo de Sol alumbraba cada vez menos. "No te vayas, por favor", gritaba desconsolada la oscuridad. "Quédate", rogaba. La oscuridad sabía lo destructiva que era, y lo supo desde el primer momento. Pero estaba tan sedienta de lo que nunca había conocido que fue tan egoísta de dejar entrar a aquel rayo de Sol que tanto le concedió.


El rayo de Sol resistió todo lo que pudo, le ofreció vida, luz, claridad y todo lo que podía dar, pero no fue nada más que la oscuridad quien le dio muerte al llegar el anochecer.
Yo soy como la oscuridad de aquella habitación desordenada sin ventanas, tan indefenso por fuera como egoísta y desgarrador por dentro. Había matado a tantos rayos de Sol que dejé de permitir la presencia de ninguno de ellos.

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