Y vuelvo a ti, sin poder alejarme a más de tres latidos sin sentir que este vacío me está perforando el pecho.
Como una polilla, atraída por la luz. La misma luz con la que se golpeará una y otra vez hasta morir achicharrada. Qué polilla tan estúpida, aunque quién soy yo para juzgarla.
¿Realmente le importaba a aquella polilla morir?
¿Realmente me importa, a mí, morir de nuevo?
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