martes, 11 de agosto de 2020
Alto el fuego.
Ambos nos estamos apuntando al hueso frontal. Yo, iluso, sigo esperando a que te tiemble el pulso, o tires el arma de la que llevas presumiendo con tanto descaro desde que envenenaste las copas con las que ya hemos dejado de brindar. Nos separan veinte metros. Nos miramos fijamente, pero empiezo a no estar seguro de si puedes verme. De si ya te has dado cuenta de que yo no puedo manchar tu piel, y que llevo alzando la bandera blanca desde hace kilómetros. Entonces disparas, una vez más, con una puntería envidiada por francotiradores; pero tu ridícula pistola es de bolas. No sangro por fuera, ni siquiera he pestañeado, pero al venir de tus manos me produce un dolor similar al que a cualquier ser provocaría una Browning M1917. Me quedo de pie, quieto, callado, soportando y esperando nuestro Tratado de Versalles. Justifico tus ataques y me refugio en mentiras que gritan verdades. Me estoy empezando a rendir.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario