Recojo todos los folios llenos de apuntes que están sobre mi escritorio antes de ir a ducharme.
Todo está por medio, maldita sea. Nunca he sido desordenado, pero supongo que el orden de mi habitación es lo último que me preocupa ahora mismo.
Me encuentro frente al espejo del cuarto de baño y tardo unos minutos más de lo habitual en desvestirme. Siento cómo un breve escalofrío recorre mi cuerpo, contrayéndose a su vez, cada poro de mi piel. Me apresuro en entrar al plato de ducha. Abro el grifo y me coloco justo debajo del fuerte chorro. El agua está bastante caliente. Qué gustazo. Sin duda, es lo mejor del día.
La flemática voz de Frank Sinatra invade el aseo al ritmo de "Don't Take Your Love From Me". De repente, puedo sentir un ligero picor en mis ojos mientras una lágrima tras otra, camufladas por el agua de la ducha, escapan vertiginosamente de ellos. No quiero esta situación.
Apoyo mi espalda en la pared y voy deslizándome lentamente hacia abajo hasta llegar al suelo. Los ríos de agua procedentes de la ducha recorren cada centímetro de mi cuerpo.
Voy recitando mentalmente todas y cada una de las últimas palabras que me dijo. Siento cada una de ellas como cuchillos cada vez más afilados progresivamente introducidos directamente en mi pecho. Siento impotencia. Nunca he sabido cómo actuar ni qué decir en el momento oportuno. Solo pido que te quedes, que no te alejes. Quiero más, lo quiero todo. Lo grito desesperádamente y cada vez más alto. Pero esos gritos no hacen efecto en ti.
La canción ha acabado.
Enjabono rápidamente mi cuerpo mientras recupero mi postura inicial, cierro el grifo y envuelvo mi cuerpo en una gran toalla blanca.
Levanto mi mirada, posada en el suelo durante todo el intervalo de tiempo y, tras un profundo suspiro, llego a una no muy convincente conclusión: necesito volver a sentirte, aunque sea por última vez.
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