Llevaba ya un par de meses con los billetes comprados y, tras muchas noches de miedos e inseguridades, llegó el día.
Acabamos de llegar a la estación, aunque nuestro tren no sale hasta dentro de un par de horas; es decir, a las 20:40. Aún me escuecen los ojos a consecuencia de las terribles despedidas que han de darse cuando te vas lejos -quizás más de lo que me gustaría-, y no hago más que consolarme a mí mismo. Consigo distraerme un poco mientras me ocupo del equipaje y ayudo a una señora mayor que ha perdido su bolso.
Llegó la hora en la que teníamos que partir y nos despedimos de la señora. Afortunadamente, alguien encontró su bolso y lo dejó en la oficina de objetos perdidos. Subimos al tren, nuestro asiento está bastante centrado y me siento al lado de la ventana. Después de hablar un rato, decido ponerme mis auriculares blancos en el momento en el que el tren se pone en marcha. Nunca me ha gustado hablar mientras voy en un vehículo en marcha, supongo que es otra de las tantas manías que tengo. Apoyo mi cabeza contra la ventana. No es que esté excesivamente cómodo, pero realmente me da igual en estos momentos. Subo el volumen de la música al máximo y una tímida sonrisa se dibuja en mi rostro pálido y casi inexpresivo; por fin empezaba la vida que tanto había deseado e idealizado en mi mente durante tantos años. Tenía absolutamente todo lo que alguna vez hubiese deseado y casi no podía creerlo. Las canciones suenan aleatoriamente, algunas son más alegres y otras más tristes. Miro a un punto fijo por la ventana y, a cada kilómetro que recorre el Ave, siento cómo las cosas que me preocupaban anteriormente se van quedando atrás. Nada de lo que me atormentaba podía afectarme; los ataques de pánico y ansiedad estaban ya muy lejos de mí. Los días convertidos en auténticos combates contra mí mismo y las amargas noches de insomnio habían casi desaparecido de mi memoria.
No cabe duda de que dejo muchas cosas malas atrás, pero también desamparaba a muchas personas que quería. Mi familia, mis amigos... e incluso a mi perra, aunque sé que no existe tanta distancia y que les veré dentro de poco otra vez. Eso me consuela. En fin, los medios de transporte facilitan muchas reuniones y encuentros hoy en día; pero no puedo evitar sentir tristeza, y se nota rápidamente en mi rostro.
De repente, siento su mano derecha -apoyada en su reposabrazos durante todo lo que llevamos de trayecto- sobre la mía. Siempre ha sabido cuando algo no iba bien con simplemente mirarme. Clavo mi mirada en sus ojos verdes esmeralda y pone su típica cara de "todo irá bien" que tanto me tranquiliza y, en ese momento, me siento la persona más afortunada del mundo. Vuelvo a girar mi cabeza hacia la ventana y no consigo ver más que una fuerte luz procedente de ella. La luz me ciega durante unos segundos y un ruido ensordecedor se apodera del ambiente.
Ese sonido -no tan estruendoso cómo lo viví-, no era más que mi despertador y significaba dos cosas: el sueño había acabado, la pesadilla continuaba.
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