domingo, 18 de octubre de 2015

Corazón envenenado.

Anoche hablé con mi corazón; me lo encontré latiendo vagamente en una de las esquinas de mi habitación. Estaba hecho añicos, como si un puñado de aves carroñeras, habiéndole dado ya por muerto, se hubiesen ocupado de él.
Me acerqué a él y me gritó que me fuera, que no quería verme, que yo era el culpable de su repulsiva situación. Automáticamente, sin dejarme tiempo casi para reaccionar, me rogó desconsoladamente que volviese con él, que desde que está contigo aquel día de julio cuando te lo regalé sin importarme las consecuencias no ha parado de sufrir, que solo tiene una felicidad prestada llena de mentiras y que no hago nada para ayudarle. Que dejo que hagas con él lo que te plazca. Que vive un infierno, y que ya no sabe qué hacer para que las heridas dejen de sangrar.
Y me fui de la habitación, sin él, porque no, no sé cómo ayudarle.

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