lunes, 7 de diciembre de 2015

Aprendí.

Aprendí que no es tan duro despertarse si existe una meta,
que las lágrimas, a veces, son necesarias,
que los pequeños momentos se acaban convirtiendo en grandes recuerdos.
Aprendí que una verdadera amistad vale más que la primera cara bonita que dice "te quiero",
que las promesas no son tan difíciles de romper y que la libertad se encuentra, muchas veces, después de un adiós.
Aprendí que los brazos de una madre y las palabras de un padre son el lugar más seguro del mundo,
que las cosas más valiosa no tienen precio y que los finales felices no existen, porque si existiese un final, no podríamos verlo.
Aprendí que si realmente alguien nos quiere en su vida no hace falta luchar por que se quede, simplemente, no se irá.
Aprendí que el tiempo mejor gastado es el que pasamos en la puerta de nuestro portal con nuestro mejor amigo, sin hacer nada especial, por el simple placer de su compañía.
Aprendí que el regalo no es la caja envuelta, sino la persona que nos la da. Que las antiguas amistades pueden volver con más fuerza, y que otras, es mejor dejarlas en el pasado.
Aprendí que los besos no prometen amor eterno, que algunos se dan para olvidar; y que, en mi opinión, no se deben regalar a cualquiera.
Aprendí a sonreír, porque a día de hoy, no me hace falta nadie para hacerlo.
Aprendí que nadie va a querernos mejor que nosotros mismos por mucho que adorne sus palabras, que disfrutar de uno mismo es la sensación más confortable que podemos gozar.
Y aprendí que, aún encantándome tu sonrisa, ahora prefiero la mía.

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