sábado, 14 de abril de 2018

"Eliminar contacto".

   — Entonces dices que no te gusta Descartes.
   Después de cuatro segundos de silencio incómodo en un bar cutre del centro, ha decidido que la mejor forma de romper el hielo es hablar de filosofía. Pues bien.
   — No, la verdad. — Doy un largo sorbo con la pajita al cubalitro por cuatro euros que hemos pillado gracias a una relaciones públicas muy simpática —. De la rama de epistemología es con quien menos de acuerdo estoy.
   En estos momentos soy consciente de que me estoy haciendo el listillo. Me gusta la filosofía y he leído y visto varios documentales de filósofos que me gustan como Nietzsche o Locke, pero de Descartes me acuerdo lo justo y de lo que estudié en Bachillerato. Sólo recuerdo que lo detestaba y por eso siempre voy proclamando que no me gusta, así que debí haberlo mencionado en alguna ocasión. Además, "epistemología", he tenido que quedar de puta madre. Mi yo interno está lanzándome besos con ojos en forma de corazón.
   — Ya... claro. — Dice con intención de cambiar de tema rápido. Como si estuviese a punto de enfrentarse a una batalla que sabe que no puede ganar —. Por cierto, estás guapísimo. A ver si no te me roban cuando vaya al baño.
   Esto va de mal en peor.
   — Ya lo sé, gracias.
   — Oh, ¡qué creído! Ja, ja, ja. 
   — No soy creído, pero tengo espejos en mi casa. — Estoy siendo borde y quiero que se note.
   — Venga, hombre. No te pongas así. Además, con esa carita puedes permitirte ser hasta un poquito estúpido. — Dice en un patético intento de tonteo.
   Tengo un máster en quedar con tíos gilipollas y cada vez lo reafirmo más. Es así. Es un don que obtuve al nacer. Otras personas saben dibujar, cantar, bailar, tocar el clarinete... Yo quedo con tíos que fingen interesarse por mí y mis aficiones con el fin de acostarse conmigo. Cada uno con lo suyo.
   Dejo pasar veintidós minutos exactos hasta que le pido la cuenta al camarero en tono de auxilio.
   — ¡¿Ya?! ¡Si me han traído esta cerveza hace cinco minutos!  — Exclama a quien vamos a llamar "mi cita".
   — Es que me tengo que ir. Se me olvidó decirte que operaban a mi tío y que le prometí quedarme con él toda la noche para hacerle compañía.
   Mentira. E, incuestionablemente, una excusa de muy mal gusto. Intento aliviar mi conciencia explicando que no se trata de nada grave y que lo más seguro es que en unos días le den el alta.
   — Si te esperas a que termine la cerveza te puedo acer...
   — ¡No hace falta, gracias! Cogeré un taxi, si de todas formas tampoco está tan lejos. — Le interrumpo mientras dejo un billete de diez euros en la barra donde hemos estado apoyados esta fatídica hora aun siendo consciente de que nos cobrarán algo más.
   — ¡Hasta otra! — Digo en tono acelerado y sin ningún tipo de acercamiento corporal. Me voy tan rápido que no le dejo ni despedirse.
   Salgo del bar un poco desubicado y lo primero que hago es coger el móvil del bolsillo de mi chaqueta marrón. 144 WhatsApps, la mayoría del grupo de mi clase. Puedo deducir que están hablando del examen de Estadística del martes. Los ignoro. Abro "Contactos", busco su nombre y... "Eliminar contacto". Adiós. Llamo a un taxi y no se demora más de cuatro minutos.
   Llego a casa, me ducho por segunda vez hoy, me cepillo los dientes, me pongo el pijama y me acuesto. No puedo decir que esté triste pero sí decepcionado. No por este chico, que al fin y al cabo tampoco tenía muchas expectativas depositadas en él, sino por el sentimiento de vacío que vuelve a mí como un boomerang cobrando, además, más intensidad cada vez que intento ahogar la falta de cariño en otros cuerpos humanos. Entonces recuerdo una de las pocas frases de Descartes que se me quedaron grabadas en la memoria; decía algo así como que una falsa alegría vale más que una tristeza cuya causa es verdadera. Puedo confirmar que odio a Descartes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario