miércoles, 18 de julio de 2018

Mi derrota.

Me rozas la mano con el dedo meñique, con miedo, como si de repente me hubiese convertido en una bomba de relojería sensible al mínimo contacto. Te miro a los ojos y antes de darme cuenta estoy probando tus labios en el Opel Corsa que deberías haber cambiado hace años. Me aseguro de que estamos lo suficientemente lejos como para que alguien pueda vernos y la ropa deja de ser una necesidad básica durante los próximos treinta minutos. Nuestros sexos juegan a rozarse a la par de nuestras lenguas y dejamos de ser humanos para convertirnos en dos Dioses con el mundo a sus pies.
Vuelvo al asiento del copiloto y lo inclino hacia atrás para poder estar tumbado; le miro y reconozco que me da paz, y que folla bien. Inmediatamente, la idea de buscar paz choca contra mí como un tren a trescientos kilómetros por hora. No busco paz, busco a alguien que sane las heridas que no puedo sanar yo solo y no sé cuál de las dos ideas me horroriza más. Me odio a mí mismo por dejarme llevar por la imposición social de que otra persona pueda llevarse todo el dolor que hay dentro de mí y por romantizar cosas que no debería. Empieza a incomodarme su presencia, me siento mal pero no puedo evitar pensar en la persona que me gustaría que me llevase a casa esta noche.

En los felices años veinte de nuestra relación no solo me diste paz, también pusiste todo patas arriba y yo ya estoy perdiendo la esperanza de que alguien pueda volver a hacerlo. No me curaste ninguna herida, no era cosa tuya, pero me ayudaste a olvidarlas y las flores empezaron a estar un poco menos marchitas. Y cuando llegó la guerra jamás contada en los libros de texto no hicieron faltas trincheras, tanques ni misiles. Yo ya había perdido desde el principio.

sábado, 7 de julio de 2018

Esclavos.

Con ojeras que decidieron hace ya algún tiempo quedarse a vivir debajo de tus ojos observas, a través de otras almas, lo que ya no queda para ti. Mal humor hoy sí y mañana también, sumado a la agonía de querer y no poder; de aspirar pero jamás alcanzar. Bolsillos vacíos y alarmas de más en el móvil. Y es que parece ser que en una pecera donde el pez grande se come al pez pequeño ya has dejado de nadar, dejando que el agua meza tu cuerpo a su antojo. Ojalá algún día puedas volver a vivir de verdad. Ojalá algún día deje de sentirme tan culpable.



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