Déjame ser
con aquellos que me han tendido la mano
y los que me han dado la espalda.
A cañón de guerra
y en el regazo de quien me quiso tanto
como para sangrar mis heridas.
Con los que me entienden y comparten
y los que pondrían una navaja en mi nuez.
Déjame ser,
porque antes de ellos
yo ya me di la espalda,
me declaré la guerra,
sangré mis heridas
y me torturé con navajas.
Déjame ser,
porque yo ya quise no ser,
y si algo sé ahora
es que prefiero morir siendo
que vivir sin ser.
viernes, 15 de mayo de 2020
martes, 5 de mayo de 2020
De cuando aprendí a decir adiós.
No quiero que te quedes, incluso ahora que me gustaría pedirte que no te alejases demasiado. En dos veranos te he recorrido de norte a sur; despacio mientras visitaba todos y cada uno de tus rincones y deprisa cuando tu Sol quemaba demasiado incluso en la sombra, recordándote en tus labios y olvidándote cuando me subía los vaqueros.
Alguna vez pensé que viajaríamos juntos en caravana. Empezaríamos por la costa de España y acabaríamos en algún país del sudeste de Europa, beberíamos cerveza en los bares con peor pinta y bailaríamos de noche al borde de los precipicios más altos. Nos habríamos hecho el amor en más de veinte países distintos y aún nos quedarían ganas de seguir descubriéndonos en otros cincuenta más. Más tarde supe que en esa caravana sólo había un asiento y era el mío. Me di cuenta de que no quería tener copiloto, que yo elijo mejor la música y que, en el caso de que me perdiese, me volvería a encontrar. Pero en esta ocasión no necesitaría unas manos grandes que agarrar ni unos ojos verdes en los que buscar seguridad, esta vez me habría recorrido a mí mismo de norte a sur y de este a oeste y, por primera vez, yo sólo sería suficiente.
Te alejé y pisé el acelerador, a veces echo de menos nuestros viajes por el espacio donde no tenía claro dónde estaban los puntos cardinales y sólo me importaba la dirección de tu boca, pero no quiero que te quedes ni que quieras quedarte.
Ni diez cuchillos clavados en mi espalda dolerían más que saber que alguna vez le miras como me mirabas a mí.
Alguna vez pensé que viajaríamos juntos en caravana. Empezaríamos por la costa de España y acabaríamos en algún país del sudeste de Europa, beberíamos cerveza en los bares con peor pinta y bailaríamos de noche al borde de los precipicios más altos. Nos habríamos hecho el amor en más de veinte países distintos y aún nos quedarían ganas de seguir descubriéndonos en otros cincuenta más. Más tarde supe que en esa caravana sólo había un asiento y era el mío. Me di cuenta de que no quería tener copiloto, que yo elijo mejor la música y que, en el caso de que me perdiese, me volvería a encontrar. Pero en esta ocasión no necesitaría unas manos grandes que agarrar ni unos ojos verdes en los que buscar seguridad, esta vez me habría recorrido a mí mismo de norte a sur y de este a oeste y, por primera vez, yo sólo sería suficiente.
Te alejé y pisé el acelerador, a veces echo de menos nuestros viajes por el espacio donde no tenía claro dónde estaban los puntos cardinales y sólo me importaba la dirección de tu boca, pero no quiero que te quedes ni que quieras quedarte.
Ni diez cuchillos clavados en mi espalda dolerían más que saber que alguna vez le miras como me mirabas a mí.
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