"¡No hay nada!", me gritan.
Y se creen que no lo sé,
como si no hubiese saltado
un millón de veces
a piscinas vacías.
"¡No saltes!"
Suena,
como una estridente melodía
en replay,
por todos los rincones de mi cerebro.
Y con todo en contra,
treinta y cinco metros de altura,
echándote de menos,
queriendo encontrarme en tus labios,
perdiéndote antes de tenerte
y las piernas temblando,
desafío a la física con una simple pregunta:
¿Y si soy capaz de volar?
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