Hay momentos en los que me veo a mí mismo como el protagonista de una saga de slasher cutre y predecible. Acabo sobreviviendo a cuchillos, navajas e incluso a algún que otro disparo y, aunque todos saben que debería haber muerto hace tiempo, siempre acabo levantándome. Despertando.
Como incansable superviviente, me tomo el privilegio de disfrutar de aquellos ratos donde parezco haber burlado a la muerte: bailo, río, corro, devoro, me crezco, me hago grande, soy indestructible. Los rayos de sol me dan en la cara, y aunque me escuecen algunas heridas, disfruto del placer de estar vivo y haber vencido a las sombras que atentaban contra mí.
Pero, como suele pasar en la ficción y también en mi vida, los momentos de dicha no duran mucho más de lo que tardo en recordar todos los motivos por los que los días oscurecen mucho antes para mí, como si el reloj se moviese a su antojo. El por qué esos rayos de sol no consiguen quedarse conmigo.
Es entonces cuando comienza la siguiente entrega de la saga. Otra vez vuelvo al mismo punto de partida: un principio aparentemente tranquilo, un desarrollo lleno de sangre y espinas y un final donde vuelvo a conseguir vivir, siempre con más heridas.
¿Cómo se vence al asesino si vive dentro de ti?
No hay comentarios:
Publicar un comentario