Nunca se volvió a encontrar la calma después de aquel verano. Las rosas que llenaban de vida cada rincón, cada esquina, cada calle, se marchitaron; mientras que la tranquilidad quedó abatida por huracanes y tormentas. Ahora llueve. Mucho. Fuera y en mis ojos. Y es que aunque nunca hubo un invierno más frío, me quema ver la decadencia y el desastre a mi alrededor.
Pero qué puedo hacer yo, habitante de mis rincones, de mis esquinas y de mis calles, más que esperar al siguiente verano.
Nota recordatoria a mí mismo: no confundas días soleados con veranos, pero disfrútalos.
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