Estoy de pie mirándoles a todos a los ojos. Ya no agacho la cabeza ni me asusto, ya no me escondo, ya no huyo ni me aferro. Me he cortado los pies con todos los cristales del camino, aún así he llegado aquí sólo y ojalá hubiese reconocido antes que necesitaba un poquito de ayuda, un poquito de amor; seguramente habrían menos heridas a flor de piel, heridas que no estoy seguro de si alguna vez empezaron a sanar pero que ya no temo llevar aunque sean feas. Me he acostumbrado a los golpes, a las noches más oscuras de lo normal y a la agonía de las siete de la mañana; y lo peor es que sigo creyendo que existe un lugar donde pueda quedarme y no querer salir corriendo. Ya no me puedes atrapar.
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