domingo, 8 de diciembre de 2019

La condena sin fianza.

Jugando a ser arquitecto diseñé los planos de todo lo que algún día empezaría a vivir. Deseé tanto vivirlos que ya conformaban mi realidad sin tan siquiera haber sido parte de ella. Pero cumplir mis expectativas se convirtió, cada vez más, en un arduo trabajo. De casas del árbol a rascacielos. De llamas a incendios. De tener nada a querer todo.

No hace mucho, terminando una botella en el salón de una casa que no voy a volver a pisar y dejando atrás muchos fracasos, Soles que no se hicieron para iluminarme y algún que otro cadáver de entre los que incluyo el mío, me di cuenta de que la vida era una broma y yo me la estaba tomando demasiado en serio.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Desahogo.

En la soledad de esta noche me siento la persona más alejada de aquella a la que juego ser. 

Esta noche de mediados de septiembre y rodeado de recuerdos ya incrustados en mi memoria quiero preguntarme si llegará el día en el que deje de tener miedo a caminar sin armas de doble filo. Quiero saber si el elegante, atrevido y narcisista disfraz que llevo defendiendo durante años sigue engañándome a mí y al resto, o si es que me ha dejado completamente fuera de juego. Quiero hablarme y saber si algún día dejaré de vivir con la sensación de que tengo que alcanzar algo impuesto por mí y machacándome porque ni yo mismo me alcanzo. O si llegará la noche en la que no sienta que llevo tatuada una fecha de caducidad para ojos ajenos. Me grito pero no contesto. He encarcelado a mi corazón y sentenciado a mi alma.

La soledad de esta noche de diez años me está obligando a comprender que me estoy haciendo sangrar más que aquel dolor del que intento protegerme.

No quiero olvidarme de mí.

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domingo, 8 de septiembre de 2019

La entrada que lleva tu nombre.

Por quererte más allá del amor
y por quererme más a través de ti.
Por haberme dejado sólo luz,
incluso ahora que no existe un nosotros.

Porque aunque ya no hablemos en plural
siempre vamos a ser tú y yo.

jueves, 1 de agosto de 2019

Microcuentos. #4

25.
Ya he perdido la cuenta de cuántos días llevo sin verte, pero me acuerdo perfectamente de todas y cada una de las noches que me ha tocado lloverte.

26.
"¿Nos vamos a volver a ver?"
En cuanto hice aquella pregunta fui consciente de que daba igual su respuesta. Y es que en ese momento asumí que, aunque nos volviésemos a ver algún día, jamás nos volveríamos a mirar.

27.
La obsesión con la libertad que siempre me ha acompañado me convierte, paradójicamente, en prisionero de un mundo que no entiende que existan alas más grandes que responsabilidades. 

28.
Éramos la versión más serena de Bonnie y Clyde, con la diferencia de que nosotros nos declaramos la guerra y nos robamos tantas cosas que cuando morimos ya estábamos vacíos.

29.
Este mes he llorado más veces de las que me he corrido, y si eso no se considera una derrota tengo un concepto un poco turbio de lo que significa estar bien.

30.
Diego solía preguntarme a qué le tenía miedo, y aunque lo que más temía era tener que echarle de menos siempre le respondía que a las cucarachas. 

31.
A veces nos imagino siendo protagonistas en una de esas películas en blanco y negro: anclados en el pasado y perpetuos en el recuerdo.

32.
Aquella noche de finales de junio fuimos tan libres que nos envidiaron los leones más salvajes de África occidental. Disfrutamos de nuestra juventud y del regalo que nos brindaba la vida al tenernos los unos a los otros. Fue una de esas noches que, mientras la estás viviendo, te das cuenta de que vas a recordar el resto de tu vida.

lunes, 29 de julio de 2019

De cuando me dije la verdad.

Necesitaba tus brazos en las noches de frío y tus rayos de luz cuando el mundo se convertía en blanco y negro. Necesitaba tus canciones de amor y el decorado de pétalos de rosas que parecía existir alrededor de los dos. Necesitaba los poemas que escribí mientras dormías y nunca leíste, te aseguro que eran preciosos; ojalá ahora pudiese responder cuánta verdad había en ellos. Necesitaba dejar de odiarme cada vez que me miraba al espejo. Necesitaba tu calma, eras como un mar sin marea a las ocho de la mañana, irradiabas tanta paz... Qué pena que yo siempre haya sido de coger olas. Necesitaba todas las cosas que me diste y que no fui capaz de encontrar en otras almas, ni siquiera en la mía.

Y ahora que ya no estás, cariño mío, me doy cuenta de que podría haber tenido todas y cada una de las cosas que necesitaba y nunca habrían sido suficiente si tú no estabas entre ellas.

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sábado, 13 de julio de 2019

Malas noches.

A mi me hicieron falta más de
diecinueve días y quinientas noches.
Y en este punto de no retorno
ya no sé a quién tengo que olvidar
y a quién seguir dedicando líneas.

Lo único que puedo decir
es que se me ha olvidado
la forma en la que me mirabas,
y que ya no me acuerdo de tu cumpleaños.

martes, 9 de julio de 2019

La entrada que nunca quise escribir.

Todavía no he conocido a nadie que escriba y no esté triste, pero sí he conocido a quien lo hace para matar monstruos que otras personas ya no pueden matar por él. 
Encontré mi versión más acústica en un fuego que dejó de quemarme para hacerme inmune. Ahora sólo hay ruido y ecos que susurran un nombre que me niego a olvidar, y yo lo único que sé es que tengo el alma hecha pedazos y un par de botellas de la ginebra más barata que he encontrado escondidas en el armario. He aprendido a volar a la altura y velocidad de un cernícalo y ya no recuerdo lo que es vivir a la sombra de nada ni nadie, pero mis huesos se están congelando tanto que dudo si otras manos serán capaces de nivelar el frío. 

Y, sin embargo, lo único que me sigue quemando hasta morir es que ahora me conforme con que sólo me quieras de aquí a la Luna.

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lunes, 10 de junio de 2019

Al dolor.

Me has congelado los huesos tantas veces que ya sé lo que es respirar a menos veinte grados. Me has mimado como un niño a su muñeco de dormir, y yo no pude hacer otra cosa que perderme en unos brazos que me asfixiaban hasta el punto de que mi voz no pudiese pronunciar sonido alguno al gritar. Empecé, incluso, a acostumbrarme a ti, a tus manías, a tu ego y a tu altanería. Reconozco haber perdido todas y cada una de las batallas que intenté ganarte pero, aun con demasiadas heridas, te gané la guerra. Y aunque a veces me sigas molestando y te guste jugar a juegos de los que sólo tú conoces las reglas, te he puesto una orden de alejamiento que impide que me seduzcas.
Sin embargo, sería injusto no admitir que no siempre ha sido todo oscuro. Me has enseñado a vivir en un mundo donde me sentía tan pequeño que sentía que nadie podía verme, y me has dado las herramientas para arreglarme a mí mismo sin ayuda de nadie. Me has acostumbrado a la independencia, a la autosuficiencia y a la fuerza.
Hoy llevas tiempo lejos de mí. Se podría decir que nos hemos perdido el rastro, pero quiero que sepas, por si algún día vuelves, que ya no te tengo miedo y que ahora llevo yo puesto el collar de líder.

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miércoles, 24 de abril de 2019

Una noche de abril.

Te he visto caer desde lo más alto.
He recogido contigo los trozos rotos
en el suelo de una habitación sin ventanas.
Te he visto fallar y, sin querer,
te he dejado creer que no valías.
Hoy te pongo en el centro de mi mundo para decirte,
recordarte
y declararte que,
para mí,
ya has ganado.

domingo, 3 de marzo de 2019

De donde nunca quise irme.

Anhelando lo que otros dan por hecho que no necesito, me escondo detrás de la máscara más fea y oscura de mi armario. Mis labios ya no se acuerdan de cómo pedir afecto; ahora prefieren jugar a la ironía y a la insinuación, y ninguna de mis dos nuevas habilidades consiguen saciar mi sed. Quiero llegar, quiero poder alcanzar el calor de las manos que regaron las primeras flores de mi jardín, pero mientras más cerca quiero estar más fuerte siento la necesidad de huir. Y es que cada vez me asfixia más saber que cuando se acaban las excusas, los decorados y las palabras de guión dejamos de existir.

Hoy, una vez más, me voy del único lugar donde quiero estar.

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domingo, 6 de enero de 2019

La historia de quien dejó de tener miedo a preguntar.

Voy directo al baño a lavarme la cara y a mear. Joder, siempre me desoriento un poco hasta dar con la puerta, y es que aún no me acostumbro a esta casa. Me miro al espejo y me doy cuenta de lo guapo que estoy después de follar, pero esa sonrisa se esfuma ipso facto en cuanto empiezo a debatir internamente sobre qué está más desordenado, si el baño o mi cabeza, y en comparación el lavabo parece impoluto.
Me gusta la gente que va a su bola, que se la suda el resto y no agobia nadie. Esa gente que siempre dice sí a ir cervezas y que probablemente no sepa consolarte una mierda cuando le cuentes tus movidas pero que estaría dispuesta a llevarte al fin del mundo con tal de que te olvides del gilipollas que no respondió tus WhatsApps anoche y te dejó plantado a medio vestir. Esta noche yo no iba a ser una de esas personas. Esta noche no iba a coger mi chaqueta de cuero y me iba a despedir mientras suelto alguna broma sin gracia para disimular mi triste augurio. Esta noche no podía huir, y así pudiera no iba a hacerlo. ¿Agobiar? Agobiar tal vez, aunque no debería, o eso creo yo. Pero mi generación tiene un máster en salir corriendo a la mínima. 
Y después de casi tres años sin vernos me lleno de valor y, sin dar lugar a demasiado titubeo, digo alto y claro una de las cosas que esperas no tener que preguntar muchas veces en tu vida:
   — ¿Vas a volver?
Me mira. Le miro. Habla.
   — ¿Realmente me he ido alguna vez?